Abril 15, 2020: 1 Emoción, 3 Frases y 1 Idea
¡Hola!, bienvenido a una edición más de este newsletter. En cada edición te compartiré 1 emoción poco conocida, 3 frases de pensadores destacados y 1 idea/reflexión personal. Comencemos.
UNA EMOCIÓN
RAZLJUBIT
A todos nos ha ocurrido que nos hemos enamoramos perdidamente, tan intensamente que nos parece que no hay manera de concebir nuestra vida sin esa persona, pero tiempo después el coctel de hormonas del amor comienza a disminuir, nos volvemos más realistas, nos dejamos arrastrar más por los problemas que surgen en la relación y somos menos tolerante con los defectos y detalles que antes apenas notábamos. Y tiempo después, la relación termina, cada uno toma un rumbo distinto, sufrimos, nos recuperamos y reiniciamos el ciclo.
Y si por alguna inesperada casualidad, al pasar los años, te vuelves a encontrar de improvisto a ese amor olvidado, quizá experimentes una sensación llamada "razljubit".
Razljubit es una emoción acuñada en Rusia, que define esa sensación que experimentamos al ver o recordar a alguien a quien solíamos amar, pero ya no. En razljubit no hay dolor, no hay pena, no hay odio, ni tampoco un resurgimiento del amor, sólo una nostalgia sutil e involuntaria que acude a ti al recordar los días pasados y los momentos que vivieron juntos. Puede que al verlo incluso te preguntes ¿qué será de esa persona? ¿estará con alguien? ¿habrá cambiado?
Y después de eso continúas tu día, con perfecta naturalidad, como si aquella sensación no hubiera sido más que una nube que se posó por un momento frente al sol del medio día.
3 FRASES...
Acerca de la importancia de cuidar el contenido que consumimos:
Epicteto el filósofo estoico romano
“Te conviertes en aquello a lo que le das tu atención. Si tú no escoges a que pensamientos e imágenes te expones, alguien más lo hará y sus motivos no serán los más elevados.”
Ben Okri, poeta y novelista nigeriano:
“Cuidado con las historias que lees o cuentas; sutilmente, de noche, bajo las aguas de la conciencia, están alterando tu mundo.”
Leo Tolstói, escritor ruso y uno de los más grandes autores de todos los tiempos:
“La diferencia entre veneno material y veneno intelectual reside en que casi todos los venenos materiales son desagradables al paladar, pero el veneno intelectual, que adopta la forma de periódicos baratos o libros malos, a veces resulta atractivo, por desgracia.”
LA REFLEXIÓN DEL DÍA
En el Dhamapada (un libro de sabiduría budista), se nos advierte: “Lo que somos hoy procede de nuestros pensamientos de ayer y nuestros pensamientos presentes forjan nuestra vida de mañana: nuestra vida es la creación de nuestros pensamientos”.
Pero ¿de dónde vienen los pensamientos que tenemos? En su mayoría, de la información que consumimos. Básicamente, el alimento que le damos a nuestro cerebro hoy, determina en quienes nos convertimos mañana. De modo que la información que consumimos determina la calidad de nuestros pensamientos; y a su vez, nuestros pensamientos ejercen una gran influencia sobre la manera en la que actuamos; y nuestras acciones, como ya sabemos, dictaminan la calidad de vida que tenemos.
Cuidar la información que consumimos, pues, no es un tema de menor importancia, por el contrario, es uno de los mejores hábitos que podemos adoptar.
Nuestro cerebro (a falta de una comparativa mejor) es similar a una maquina inmensamente sofisticada dedicada a combinar información: nosotros creemos que nuestros pensamientos, juicios, valores y preferencias están determinadas de manera libre, como si nosotros hubiéramos fabricados de manera consciente cada uno de ellos, pero la realidad es que nuestro cerebro produce ideas conjugando la información a la que ha estado expuesto.
Por más originales y creativos que creamos ser, nuestros pensamientos proceden del intercambio de información que tenemos con otras personas, de los contenidos que consumimos, de la información que captamos a través de nuestros sentidos y de la habilidad que nuestro cerebro tiene para combinar todos esos elementos.
Podemos tener pensamientos originales, por supuesto, pero llegamos a ellos de la manera en que Einstein, por ejemplo, formuló su teoría de la relatividad: a través de la acumulación de datos y de como su cerebro procesó y combinó esos datos. En cierta forma, el genio de Einstein se debe a que su cerebro tenía capacidades combinatorias mucho más amplias que las nuestras. Y por supuesto, a que plantó en su mente información sumamente valiosa que le permitió producir ideas brillantes.
Steven Pinker, en su libro la Tabla Rasa, nos recuerda que “del mismo modo que unas pocas notas se pueden combinar para componer cualquier melodía, y unos pocos caracteres se pueden combinar para formar cualquier texto impreso, unas pocas ideas [...] se pueden combinar para formar un espacio ilimitado de pensamientos. La capacidad de concebir un número ilimitado de combinaciones nuevas de ideas es la fuente de energía de la inteligencia humana y una clave de nuestro éxito como especie.”
Pero de la misma forma en que los hombres y mujeres que producen ideas brillantes están expuestos a información que eligen con cuidado (eso es algo cierto, desde Einstein hasta Buda y cualquier otro pensador que admires), aquellos hombres que escupen ideas nocivas y destructivas para ellos y para quienes los rodean, se exponen (incluso de manera inconsciente) a información que fomentan y profundizan esas mismas ideas dañinas.
Y aun más. Nueva evidencia sugiere que los seres humanos somos propensos a ser influenciados por información aunque sepamos que la misma no es real.
En un experimento que condujeron, investigadores de la Universidad de Maryland y de Chicago, dieron a leer a un grupo de personas algunos textos de obras de ficción distópica, como los Juegos del Hambre, mientras que a otro grupo de control no le fue suministrado ningún tipo de información. Lo que encontraron fue sorprendente:
“aunque eran ficticios, las narraciones distópicas afectaron a los sujetos de manera profunda, recalibrando sus brújulas morales. Comparados con el grupo de control (a quien no se le suministró ningún tipo de información), los sujetos expuestos a las obras de ficción fueron 8 puntos porcentuales más propensos a decir que los actos radicales como las protestas violentas y la rebelión armada podrían ser justificables. También concordaron más fácilmente que la violencia a veces es necesaria para lograr justicia.”
Los investigadores revelaron que un cuerpo creciente de investigación muestra que no hay una distinción fuerte en el cerebro entre la ficción y la no ficción. Las personas a menudo incorporan lecciones de historias de ficción en sus creencias, actitudes y juicios de valor, a veces sin siquiera darse cuenta de que lo están haciendo.
Por supuesto, no planteo esto para sugerir que dejemos de consumir contenido de este tipo, lo hago para demostrar cuan propensos somos a ser influenciados por la información a la que nos exponemos, no importa si esta proviene de fuentes fidedignas o del lapicero de un escritor de ficción. Tal parece que lo que dijo que el escritor Ben Okri es muy cierto:
“Cuidado con las historias que lees o cuentas; sutilmente, de noche, bajo las aguas de la conciencia, están alterando tu mundo".
¿Qué hacemos, entonces? ¿cómo nos conducimos? Tener una cantidad interminable de información disponible lista para ser consultada en un santiamén, parece una gran bendición, pero por desgracia, contamos con un cerebro poco preparado para navegar ese océano: un cerebro plagado de falencias, que se desorienta y es influenciado con facilidad, dejándonos aturdidos, a veces inmóviles.
Tal parece que en una época de exceso de información, lo más conveniente es someternos a una dieta de información. Una en la que seamos cuidadosos y selectivos con aquello que dejamos entrar a nuestro cerebro. Por mi parte, una de las decisiones más importantes que tomé a principios del 2019, fue la de cortar de tajo cierto tipo de contenidos y enfocarme en adquirir conocimientos que consideraba importantes para mi crecimiento personal.
Hoy casi todo lo que leo gira en torno a la ciencia de las emociones, psicología (especialmente la evolutiva) filosofía y espiritualidad (temas que por otro lado siempre me han fascinado) y en cambio, excluí de mi menú todo lo relacionado con titulares de actualidad: política, economía, crisis internacionales, amarillismo, etcétera. Y en los últimos días, como adiciones a la dieta, comencé a leer acerca de la pandemia y de la crisis climática. Creo que las razones por las que decidí informarme acerca de estos temas no requieren mayor explicación.
Me parece, pues, que el éxito de la dieta de la información depende mucho de cuan claro tengamos los temas que son importantes para nosotros, ya sea por trabajo o porque están alineados con los valores que consideramos importantes en nuestras vidas.
Y hay otros momentos en los que adopto una postura aun más rígida: sustituyo la dieta por el ayuno. Hace unos días mientras me zambullía en el océano de información a causa de la pandemia que enfrentamos, experimenté una suerte de colapso mental: un artículo me llevó a un video y un video a otro más, y al final, sin darme cuenta me descubrí leyendo notas con matices conspiracionistas acerca de porque el Covid-19 es parte de una estratagema sumamente compleja entre corporaciones y gobiernos para diezmar a la población y hacer millones con la cura.
Me sentí agotado mentalmente y con una sensación de hartazgo a causa de toda la información que mi cerebro luchaba por procesar. Quizá te ha pasado lo mismo en estos días y sospecho que a medida que la pandemia se expanda, podríamos encontrarnos en este tipo de situaciones, con más frecuencia de la que nos gustaría. De modo que si a veces la dieta de información no funciona, podemos optar por el ayuno directamente.
Unos días después de este colapso mental, recordé un pasaje de un libro en el que se mencionaba como Buda desanimaba activamente a sus seguidores de caer en la tentadora costumbre de especular demasiado acerca de temas que no tenían la capacidad de comprobar, como el origen del cosmos o que sucede después de la muerte o del funcionamiento preciso de la ley del karma. Buda insistía en que no había necesidad de conocer todo: sabes que sufres, decía, tu objetivo debería ser encontrar una forma de superar el sufrimiento, todo lo demás son especulaciones secundarias.
En un contexto menos metafísico, eso es lo que nos sucede a nosotros: creemos que necesitamos continuar profundizando en mares de conocimiento e información en lugar de poner manos a la obra, pero en realidad, con frecuencia requerimos exactamente lo opuesto: alejarnos de la información, tomar lo que ya sabemos y actuar, pues como bien decía Leo Tolstói:
Más vale saber pocas cosas, pero necesarias, que muchas, pero inútiles y mediocres.
¿Te animas a comenzar una dieta de información?
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